
En gran medida, la corriente de pensamiento neoliberal, representada en mayor medida por Hayek, ha sentado las bases para desarticular este vínculo que se trataba de conciliar con el modelo anterior. En sentido estricto, no renuncia al uso del término democracia, no obstante, al vaciarlo de todo contenido político hace de éste un mero concepto técnico, a tal punto que la democracia se ve obstaculizada por aquello que Tocqueville caracterizó como el dogma democrático, a saber, presuponer la libertad del hombre como algo intrínseco a su naturaleza e independiente al cuerpo político del que forma parte. Este presupuesto dogmático funciona como el eje desde el cual se construye toda la teoría neoliberal, y el principal inconveniente es que hace peligrar el momento propiamente democrático: la aspiración a l’égalité des conditions. Veamos cómo esto tiene lugar.
El liberalismo conservador pretende romper el vínculo entre liberalismo y democracia, y para ello establece una disociación entre libertad y política. En primer lugar, el concepto de libertad se reduce a libertad individual, puesto que se realza la figura del individuo como un ser autónomo y en cuyo seno la libertad habita como su rasgo esencial. De este modo, no sólo se concibe la noción posesiva de libertad, sino que prácticamente se realza su aspecto meramente negativo –ser libre se reduce a una no intervención en mi campo de conducta-, a tal punto que el aspecto positivo de libertad (en sentido moderno), la dimensión participativa, la mayoría de las veces es concebido como un atentado contra aquella libertad originaria y fundamental. La libertad, por tanto, no es concebida como algo a construir mediante la práctica, sino como algo originario que se posee y debe conservarse.
En segundo lugar, y siguiendo esta línea de razonamiento, se hace de la democracia un mero instrumento procedimental, dado que es concebida “esencialmente (como) un medio, un instrumento utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual” . El mayor inconveniente, tal y como lo advirtió Tocqueville, es la expansión de un individualismo ciego, donde los “los ciudadanos salen un momento de la dependencia para elegir a su amo, y luego vuelven a ella” . De esta manera, el liberalismo conservador (en gran medida alimentado por cierta simplificación de la teoría del contrato moderna) elabora una hegemonía de la diferencia donde, se afirma un individuo en los términos de una identidad ya constituida, que sólo debe exigir el derecho a su singularidad, a la auto-manifestación de sí mismos, y se pierde de vista en qué medida las posibilidades del ejercicio del sí mismo y de su constitución es algo a construir –y no dado previamente- en la dinámica misma de la política.